YO PREFIERO ABRIL
Ya estamos en Abril. ¡Vaya que este no es cualquier mes! Son tantas las cosas que puedo decir sobre Abril...
Abril comienza con “A”, igual que América, Amistad, Amor, Álvaro Alonso, Ángela, Azul, Amaranto (también llamado Caracas, hierba gracias a la cual mi ciudad lleva su nombre), Aragüaney (nuestro árbol nacional).
Abril es uno de los meses del año que más me gusta por varias razones, en Abril comienzan a florear los Caobos, y aquellos que han logrado vencer la sed de “desarrollo” de los caraqueños, llenan las aceras de la ciudad donde aun se muestran esplendorosos, con sus verdes, diminutas y muy aromáticas florcitas, el olor que desprenden me fascina, me huele a juventud, a frescura, a alegría, a libertad, a amor, a universidad. También al iniciar el segundo trimestre de cada año, los días a pesar de lo calurosos que resultan, son agradables, con un cielo que se exhibe divinamente despejado, claro, soleado.
Ya por toda la ciudad comienza a ser fácil conseguir patilla, melón, pero sobre todo, las que más me gustan y las que espero año tras año, la ciruela y el mango. En Abril el desayuno perfecto es un buen mango madurito, dulce y con ese toque acidito que tanto disfruto; para la merienda, ciruelas maduritas y jugosas, siempre como tantas, que termino por lastimarme la lengua y el paladar y cada vez que ocurre me recrimino pero luego se me olvida y vuelvo de nuevo a cometer el mismo exceso. Por la noche, en mi casa, cuando por fin puedo sentarme frente al televisor a ver los programas de opinión que transmite el canal del Estado, Venezolana de Televisión, no logro resistirme a la tentación de un delicioso mango y justifico mi gula poniendo como excusa que sólo puedo comerlos en esa época del año.
En Abril Álvaro Alonso pasó a formar parte de mi historia y yo de la suya.
El 19 de Abril de 1810 siendo jueves santo, ocurrió en Venezuela el grito de libertad que dio inicio a la lucha independentista, que luego se extendió a otras latitudes del continente.
Fue un mes de Abril que nuestro Libertador Simón Bolívar partió derrotado, devastado, creyendo que había arado en el mar, decepcionado, rumbo a Santa Marta, Colombia, para no regresar nunca más.
Y en Abril de 2002...
Recuerdo claramente la manera como estaba vestida ese día, llevaba pantalón y zapatos negros, un suéter beige y una cartera negra. Cuando llegó la hora del almuerzo nos dirigimos al palacio de Miraflores, porque desde hacia dos días se realizaba una vigilia debido a que algunos compatriotas se habían declarado en alerta permanente y realizaban una custodia del palacio presidencial hasta nuevo aviso, sin embargo, por razones de seguridad la zona estaba acordonada y sólo era posible llegar hasta el extremo oeste del Puente Llaguno.
Llegamos hasta allí y luego nos quedamos congregados a escasos metros de la esquina de Carmelitas, a las puertas del ministerio de relaciones exteriores. Desde la tarima, los oradores informaban sobre el avance de la marcha opositora que ya se había desviado hasta Miraflores, el ambiente era realmente tenso, se respiraba un turbio sopor de enfrentamiento, de batalla, de confrontación, de riesgo extremo. Todos gritábamos con vehemencia “NO PASARÁN, NO PASARÁN”, pero por alguna extraña razón, todos y todas sabíamos que ocurriría algo extremo y que en caso de darse un enfrentamiento el resultado sería fatal.
Al llegar las 2:00pm, mis compañeros y compañeras de trabajo decidieron retirarse, yo me quedé, la angustia podía más que yo, tenía que saber que ocurriría, quería ver en desenlace de la marcha... y allí estuve, en vivo y directo.
Me mantuve a las puertas del ministerio de relaciones exteriores, y cuando comenzaron los disparos me resguardé tras el árbol que se encuentra justo en el lugar donde estuve desde el momento en que llegué a la concentración, a escasos 20 metros de Puente Llaguno.
La gente gritaba, sonaban detonaciones, y todos señalábamos a la parte más alta de un edificio desde donde parecían provenir disparos de francotiradores, y desde la tarima lo corroboraron cuando le informaron a la multitud que los disparos eran certeros y que estaban siendo hechos por francotiradores. Se oía “LE DIERON, LE DIERON”, todos comentábamos, ya hay muertos, es la policía, están disparándonos.
Era cierto, todo era cierto, los francotiradores, la policía disparándonos, los heridos, los muertos. Y nosotros allí, no logro entenderlo, nos estaban matando, lo sabíamos, pero permanecíamos allí, poniendo el pecho, dispuesto a proteger con nuestras vidas la vida de la República Bolivariana de Venezuela, y la de nuestro presidente, como dice Alí, “Será panfletaria, pero milito con ella...”, si, nuestra acción podía parecer panfletaria... ¿Alguna vez has estado en la mira de un francotirador y aun sabiéndolo te has mantenido firme, inmutable, decidido, dispuesto a entregar tu vida, sin siquiera tener la posibilidad de defenderte de tu agresor en igualdad de condiciones?, ¿Alguna vez has afirmado que eres capaz de dar tu vida por la revolución?. De todas las cosas que tenía conmigo ese día, lo que más se acercaba a un arma era el mango de mi paraguas...
Allí estuve hasta las 4:30pm, cuando una camarada me vio y se me acercó:
- Hola Ángela, ¿con quien andas?,
- Estoy sola. Estaba con unos compañeros de trabajo pero ya se fueron todos.
- Vente conmigo, vamos a donde están los muchachos.
La seguí sin hacer preguntas.
Pocos minutos después me encontraba en una mezzanina del para entonces, ministerio de educación, cultura y deporte, me sorprendí por la gran cantidad de camaradas que allí se habían congregado. Les saludé a todos y todas, uno por uno, una por una. Entre comentarios, llamadas telefónicas, imágenes y sonidos del aparato de televisión que estaba allí encendido, evaluábamos la situación, ya era evidente que se trataba de un golpe de estado, sin embargo la información que teníamos era poca, no sabíamos con certeza que era lo que ocurría.
Después de un tiempo de estar allí me hicieron pasar a una sala que tenía acceso restringido, por primera vez sostuve un arma, el objetivo era tener un entrenamiento veloz en arme, desarme y posiciones de tiro, la adrenalina fluía con tanta fuerza que no logro recordar con exactitud las emociones que me invadían, tenía un arma entre las manos y me estaba “entrenando” para dispararla, era una pistola 9 milímetros, automática, cañón largo, cromada, fría, ajena, peligrosa, necesaria y aliada. No sé que cantidad de tiempo transcurrió pero, no fue mucho porque todos y todas quienes estábamos allí teníamos que aprender. Estando adentro se me informó que nos encontrábamos en ese lugar esperando que nos llegará todo el armamento y las municiones, que quienes ya tenían experiencia con las armas estarían en la vanguardia y los demás teníamos la misión de garantizar la atención a los heridos y dar soporte psicológico a todo el grupo, como es de esperar yo estaba en el segundo equipo, sin embargo tenía que estar preparada para salir al frente en caso de ser necesario.
- ¿Estas dispuesta?
- Si. En estas circunstancias no queda más remedio.
- ¿Segura?. Aun estás a tiempo de retirarte. No estás obligada.
- Me quedo. Ya estoy aquí y no hay nada más que hacer. O morimos defendiéndonos o nos matan escondiéndonos, no hay alternativa.
Como a las 7:00pm llamé a mi tío y le dije que yo estaba bien, que estaba segura, que le dijera a mi mamá y que no me llamara que yo me comunicaba con ellos. Mi tío entendió, me dijo que estaba bien, que me cuidara y que llamara pronto.
Eran ya las 8:00 o 9:00pm y desde nuestra posición escuchábamos las detonaciones. Alguien que llegó en ese momento me dijo “acabo de ver a Álvaro allá abajo, me preguntó por ti, está buscándote”. Me sentí morir, me despedí y les dije que me iba a Carmelitas a buscar al negro. Me sujetaron, me sentaron en una silla y me obligaron a permanecer allí, el riesgo era extremo, si me movía del lugar podía terminar muerta o muy mal herida. Me dieron un fuerte regaño. En lo único que pensaba era en que al negro le podía pasar algo por culpa mía, no podía soportar esa idea. Sin embargo logré mantenerme allí y calmarme un poco, alguien me prestó un teléfono y llamé a su casa, le dejé dicho que me llamara en cuanto llegara, que yo estaba bien. Luego de transcurrido un tiempo prudencial le volví a llamar a su casa y allí estaba. En ese instante volví a ser yo. No tengo manera de explicar lo que se siente ir a la guerra sabiendo que en el campo de batalla pueden estar los tuyos...
Ya entradas las 11:00pm, vi salir del recinto a un grupo de camaradas, llevando con ellos los únicos fusiles con los que contábamos en ese momento, los despedimos y les deseamos suerte, todas las miradas hablaban de dolor, de rabia, de miedo, de incertidumbre, sabíamos que no irían lejos, la intención era solo realizar alguna acción puntual desde los pisos más altos del edificio, y tener la posibilidad desde allí de ver cómo estaban las cosas frente a Miraflores, sin embargo existía mucho riesgo, podíamos terminar descubiertos todos y ellos podían ser presa fácil de franco tiradores, y es que a esas alturas ya teníamos certeza de su presencia en el lugar de los hechos.
En ese instante supe que salir a recibir plomo duele menos que salir a dispararle a otro. ¿Qué hacer para que no duela cuando la muerte está en tus manos?
La acción duró poco tiempo y al rato ya estaban de vuelta entre nosotros. Seguíamos esperando el contacto en Miraflores que nos enviaría lo que necesitábamos, pero al dar la 1:00am supimos que nada llegaría, que la orden del jefe era evitar cualquier enfrentamiento y que teníamos que retirarnos.
Nos distribuyeron en unos vehículos y nos sacaron de allí. El grupo con el que me tocó retirarme tenía asignada una vivienda en el centro de la cuidad. Allí llegamos, preparamos unas arepas, comimos y nos sentamos frente al televisor. Yo no deseaba saber nada más, quería dormirme y despertar de ese mal sueño, me retiré a una de las habitaciones, cerré la puerta, apague la luz y me acosté con una almohada cubriéndome los oídos para no escuchar nada. Así me quedé largo rato pero sin poder dormir, hasta que entró una de las camaradas y me dijo con la voz quebrada:
- El hombre entregó. Nos jodimos.
- ¿Como. Estás segura?
- Si chama. Lo acaba de decir Lucas Rincón. El hombre se rindió de nuevo.
- Yo no lo creo. Él no se va a entregar tan fácil. No puede ser.
Salí a la sala y me senté frente al televisor, ya eran aproximadamente las 4:30am. Nadie decía nada, nadie se miraba a los ojos, algunos lloraban en silencio.
Al dar las 6:00am nos arreglamos y nos fuimos, cada quien a su casa. Yo me fui en transporte público acompañada por un camarada que llevaba una ruta parecida a la mía. Al dar las 6:30am ya estaba en mi casa, entré sin decir palabra alguna, me bañé, me vestí y me fui a mi trabajo. Ya era viernes.
Llegué al trabajo más temprano que nunca, a las 7:30am ya estaba allí, pocos habían llegado. Abrí la puerta del departamento y salió una compañera, nos abrazamos y lloramos. Y así fue llegando la gente, se acercaban a la oficina donde estaba el grupo y allí se iban quedando, incredulidad, lágrimas, dolor, decepción, incertidumbre, rabia. Nadie desayunó, nadie almorzó, no había espacio para ninguna necesidad humana, estábamos muertos. Los que iban llegando nos contaban como estaban nuestros compañeros de trabajo, ahora escuálidos declarados, en la planta baja esperando a todo chavista que llegaba y le gritaban, le insultaban, le amenazaban: “malditos chavistas, y ahora qué van a hacer, los vamos a sacar de aquí a patadas, se les acabó su tiempo, aquí no los queremos más, el tipo los volvió a traicionar, se entregó el muy cobarde...” Y pensar que ese lugar del que hablo y donde yo trabajaba para entonces, es nada más y nada menos que la Asamblea Nacional.
Así transcurrió el día, era un gran funeral, el sol brillaba pero no calentaba, la brisa soplaba pero no refrescaba, el frío no daba para abrigarse y el calor no daba para desnudarse, aunque hablaras muy alto no lograbas escucharte a ti mismo, ni a los demás tampoco, el abismo no tenía fin, no hacía hambre, ni sueño, ni sed, ni nada. No es posible describir cuanto duele cuando muere la esperanza.
Dadas las 5:00pm nos despedimos, si tener ninguna noción de futuro. Álvaro pasó recogiéndome y nos fuimos por allí, a caminar y a conversar. Era necesario resolver qué hacer, ya sabíamos que existían unas listas de desapariciones y asesinatos y era muy probable que mi nombre apareciera en alguna de ellas debido a que ya había sido “Tomista” (del grupo de estudiantes de la UCV que tomó la sala de sesiones del Consejo Universitario por más de un mes exigiendo la constituyente universitaria) y ese grupo fue catalogado por el departamento de Estado de los EE.UU. como un grupo terrorista. También teníamos certeza que mi mamá, mi papá y mi tío correrían gran peligro debido a sus vinculaciones políticas. Teníamos muy pocas alternativas, el futuro se nos desmoronaba entre las manos.
A eso de las 7:30pm nos fuimos a mi casa, allí estaban mi mamá, mi abuela y mi hermano. Nos sentamos a ver la TV y yo entre lágrimas, comencé a deshacerme de todos los papeles que pudieran comprometer a mis camaradas de militancia o a mi misma. No recuerdo haber llorado tanto nunca antes, ese dolor no tiene comparación con nada. Álvaro me pedía que me calmara y mi mamá le decía que me dejara que eso se me pasaba. Yo creo que para ellos era difícil verme en ese estado.
Él se fue como a las 9:00pm y yo me acosté. Dormí.
A las 7:00am del sábado ya estaba de pie, me bañé, me vestí y me fui a la calle a ver qué podía hacer. Contacté telefónicamente a todos y todas los de mi equipo de trabajo y quedamos de acuerdo para encontrarnos en un lugar de la ciudad y decidir qué hacer. Por lo pronto nos planteábamos irnos a la sede administrativa de la Asamblea Nacional y tomarla, atrincherarnos allí y resistir para no entregarla. No creíamos en la renuncia, Chávez no era de los que abandonan a su pueblo.
Sin embargo el ambiente en la calle, que el día anterior era de dolor y muerte, ese día era de disposición a la batalla. Llegaban llamadas telefónicas que informaban de las concentraciones que se iniciaban en las guarniciones militares, el ánimo comenzaba a cambiar. Estuvimos hasta las 11:00am deambulando por el centro de Caracas y luego nos dirigimos a la casa de uno de los camaradas cerca de la Av. Bolívar. Almorzamos, (volvía el apetito) y luego nos dirigimos a Miraflores, donde la concentración ya era numerosa y seguía llegando gente minuto a minuto; las consignas eran: “NO HA RENUNCIADO, LO TIENEN SECUESTRADO”, “QUEREMOS VER A CHÁVEZ, QUEREMOS VER A CHÁVEZ”. Después de un rato nos fuimos al palacio federal legislativo (ya algunas oficinas habían sido allanadas y otras clausuradas con cintas de seguridad) y nos conformamos en un centro de retrasmisión de información. Estando allí supimos cuando trasladaron al presidente de la cárcel de Ramo Verde, pero no sabíamos con certeza a dónde lo llevaban. Nos llegaban informaciones sobre el levantamiento del pueblo en distintos rincones del país, supimos del pronunciamiento de las guarniciones fieles a la constitución y al presidente. A eso de las 7:00pm ya teníamos certeza que el golpe se había revertido, que los golpistas estaban acorralados y que el presidente volvería pronto. Por las ventanas del palacio veíamos pasar interminables ríos de gente cada vez más eufórica, cada vez más reanimada, nosotros lograríamos salvar a nuestro presidente.
Entre agua, café y galletas de soda transcurrieron las horas, a las 3:00am del día domingo 14 de Abril, supimos que el presidente estaba siendo rescatado y traído de vuelta. Nos despedimos y yo me retiré a mi casa. Me senté frente a la TV con mi mamá y mi hermano y vi cuando mi presidente retornó al palacio de gobierno acompañado por miembros de la Fuerza Armada Nacional y por su pueblo. Eran las 4:30am aproximadamente. Lo escuché pedir perdón y me acosté.
El 15 de Abril a las 9:00am había recuperado mi trabajo, mi familia, mi presidente, mi República Bolivariana de Venezuela, mi Constitución, mi esperanza.
A cuatro años de este episodio, aun se me nubla la vista cuando lo recuerdo, aun me da taquicardia y se acelera mi respiración cuando lo rememoro. Pero ahora estoy segura que decimos la verdad cuando afirmamos estar dispuestos y dispuestas a entregar la vida por esta revolución.
Por todo esto ¡YO PREFIERO EL MES DE ABRIL!
Caracas, Abril de 2006
Ángela Seijas