jueves, 3 de octubre de 2013

Que buen amante

¡Que Buen Amante!
        ¡Ohhh!, que buen recuerdo, ¡Claro!, por lo nítido, y no por nada más. Es que recuerdo hasta la temperatura que se adosaba a nuestras pieles ese día; la brisa era fresca, pero tenue, lo cual ayudaba a que los cuerpos se mantuvieran lo suficientemente calientes como para no sentir frío y lo suficientemente fríos como para no sentir calor. Es que por esos meses del año ya la visita de Pacheco se ha vuelto a convertir en un vago recuerdo y en una añorante espera, sobre todo para los que degustamos el caribe con avidez, pero disfrutamos mezclándolo con un toque de las extravagancias propias de otras latitudes.
         La espera no había sido tan larga, pero cuando se trata de un amor tan constante, tan apacible, tan nutricio inevitable sentir profundamente su ausencia y el inexorable ascenso del deseo, desde el mismo momento en que se produce la despedida, la difícil despedida, siempre igual de dolorosa, siempre igual de larga, tanto que en ocasiones vence los sentidos y sin poder dejarlo ir, me entrego nuevamente en un profundo suspiro a las delicias de su compañía.
         Y ese día no tenía por qué ser diferente, todo lo contrario, habían pasado ya dos largas noches en las cuales los acontecimientos forzaron a postergar el encuentro, y de no haber sido por Dios, que también es el pueblo, ¿quién sabe cuándo habría podido saciar mi sed de él? Gracias a la historia, que es la madre de la sabiduría, el desenlace fue rápido y preciso; de no haber sido así, no sé cuánto habrían durado mis fuerzas, que sin él se debilitan por completo, pierdo la voluntad, se nubla mi entendimiento, el peso de su ausencia me doblega, al punto que pierdo el control de mi misma. Por fortuna ocurrió pronto.
         Eran ya casi las 4:00 de la madrugada cuando las luces alumbraron el firmamento, un fuerte ruido las acompañaba, todos y todas, cada uno desde sus puestos de mando, porque allí todos y todas comandábamos la acción, alzamos la mirada para señalar con nuestras manos que se agitaban febrilmente al aire, el camino de la victoria. Minutos más tarde aterrizaron y lo vimos saludar, con la ¡IZQUIERDA!
         Ese fue el momento preciso en que supe que volvería a verlo, me dirigí a mi alcoba, cansada pero satisfecha, lloroza pero feliz, temblorosa per tranquila, deseosa, impaciente, y allí estaba él, aguardándome, apacible, sosegado, seguro como siempre, me entregué en sus brazos acompañada de un suspiro: ¡MI MORFEO!     

Jamila 25/03/2004      

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